Yo soy padre y me despierto solo.
Quiero ver la hora, pero he perdido el reloj.
Los lugares se mezclan en mi cabeza. No sé en que casa estoy.
No acepto mis limitaciones y dejo salir mi carácter irascible, con personas desconocidas para mi, que me cuidan a su manera.
Tengo un gran dolor en mi corazón, por la perdida de un ser querido, que nubla mi mente y mis recuerdos.
Hay otro ser, con el que compartí buena parte de mi vida, que ya no está a mi lado y al que me niego a echar de menos.
Tengo el amor a mi lado en forma de hija, de la que recibo mucho y a la que doy poco. Le expreso comparaciones, que son casi siempre desafortunadas. La comparo en negativo, con la persona que añoro y cuyo recuerdo me remueve y me confunde. La identifico injustamente, con la persona que no está presente, a la que no valoro y de la que subrayo sus peores atributos.
Hay otros personajes, cuyo recuerdo es todavía más confuso, cambian de cara y desaparecen de imprevisto, a veces soy grosero con ellos y otras ellos conmigo.
Alguien que me cuida, me recuerda que mi hija tampoco está ya conmigo, su comportamiento es paciente y amoroso y aunque yo podría ser su padre, ella me trata como a un niño.
Ahora que mi aliciente del día es dar un paseo, viendo la luz, añoro a mi madre. Lloro con mi corazón de niño y entonces con mi cabeza recostada sobre su hombro, quizás lo comprendo todo.
Un cordial saludo
S. José
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